Donde la ilusión y la experiencia toman la palabra

El perseguidor de Julio Cortázar

Un artículo de Manuel Praena. Foto: Montemayor Mora

Julio Cortázar nació por accidente en Bélgica, pero siempre se consideró argentino. Bueno, casi siempre; vivió periodos muy largos en Francia e incluso adoptó esa nacionalidad en protesta por la dictadura militar en su País. Se enmarca en la rama literaria del «Realismo mágico», así denominada por García Márquez. Nuestro autor fue algo más allá en su concepto creativo; se declaró durante su vida amante del Tango, de los gatos, de los viajes, del boxeo y del Jazz, que descubrió en las tiendas de discos de Buenos Aires. Ese gran carrusel donde al mismo tiempo se agolpaban Charlie Mingus, Jelly Roll Morton, Billie Holiday, Duke Ellington, Louis Armstrong, Ella Fitzgerald, Lester Young, Dixie Gillespie y Charlie Parker. Por este último sintió verdadera veneración, postulándose defensor a ultranza de este compositor y saxofonista, enfrentándose de plano con sus contemporáneos. El Bebop había llegado y, como cada vez que se innova o se perturba la rutina, cunde el nerviosismo y el rechazo al cambio.

En 1951, estando en París, Cortázar se entera por una noticia aparecida en la revista francesa Jazz Hot de que Parker había fallecido y se plantea escribir un cuento o relato corto dedicado a la figura de su admirado artista, al que no llegó a conocer en persona. Sustituye New York por París, que conocía mejor —de hecho vivía allí—, y altera los nombres de los protagonistas. Charlie Parker pasaría a ser Johnny Carter y al resto de los personajes también les trastocaría sus nombres. Se interesa en su biografía y descubre a un ser agobiado por muchas facetas, incluida la del consumo de droga y enormes problemas económicos. Pero sobre todo se encuentra con un personaje obsesionado con romper las barreras —igual que el propio Cortázar—, que estaba persiguiendo cómo pasar al otro lado del hecho creativo y convertirlo en una vida misma. Este cuento, al que Cortázar bautizó como El perseguidor, se publica dentro del tercer volumen de relatos que publicaría bajo el título genérico de Las armas secretas y que vio la luz en 1959 en la Editorial Sudamericana. Johnny Carter —alter ego de Charlie Parker— es un saxofonista que deambula entre la clarividencia extrema y la enajenación mental, dibujando multitud de reflexiones en voz alta, que nos sumergen en una duda constante y razonable alrededor de las verdades de la propia existencia. Los lances aquí narrados sucedieron de forma muy similar en la realidad, pero en la ciudad de New York.

De esta historia se ha hablado mucho y siempre bien, y se la ha llegado a considerar una de las narraciones más sobresalientes del siglo XX. A través del relato, Julio Cortázar trata de explicar —con un estilo muy diferente del utilizado hasta entonces— la tumultuosa existencia de un ser humano, metiéndose en la piel de un músico atormentado por su afán de superación y la frustración que le produce su inclinación a las drogas, conduciéndole una y otra vez al borde del precipicio. La angustia vital y la persecución del momento crucial, siempre buscando el tiempo; ese tiempo donde todo nace a la vez. Y la ansiedad por no lograr vivir en el instante que crea cuando interpreta su música, ese tiempo que desaparece en el momento justo de dejar de tocar. Este hilo lo desarrollará el personaje de Bruno, un periodista especializado en el jazz y en Carter —Charlie Parker—. Ambos personajes quedan atrapados en conversaciones interminables donde constatan que, por mucho que hablen, no logran conectar: el uno no entiende al otro y viceversa. Ambos contrastan de forma reiterada sus diferentes visiones de la vida; y aunque se respetan y admiran, nunca se comprenderán. Bruno representa la faceta social y Carter la visceral y creativa. Esta particularidad es, sin duda, algo que identifica con plenitud el desarrollo de esta historia.

El perseguidor es la antesala de su obra maestra Rayuela, donde vuelve a incidir y navegar entre las notas sincopadas del jazz. Desde aquí, Cortázar traza una marca propia a la que llamará «Jazz Literario», cuestión esta que permite al autor utilizar un estilo libre e improvisado, tan similar a las herramientas usadas por los músicos de jazz. Sin duda, se trata de un ensayo que imbrica el jazz con una historia metafísica desde una visión pasmosa y personal de la existencia. En el relato se narra casi una leyenda. Entre los seguidores de Parker y sus amigos músicos se comentaba que él, en un estado lamentable, acababa de grabar un tema por encargo en una recordada sesión con el sello Dial el 29 de julio de 1946. El asunto era el citado una y otra vez en el cuento como Amorous, en realidad el Lover Man de Parker.

«Grabó Lover Man en condiciones lamentables, posiblemente muy borracho o bajo el efecto de la morfina. El productor Ross Russell trataba de mantenerle en pie, ya que, en la primera toma de Max is Making Wax, se desplomó en plena grabación». Según el testimonio de los asistentes a la misma, la sesión debió ser un auténtico infierno y, tras acabar, Parker se fue al hotel donde se alojaba y provocó allí un incendio, saliendo después a correr por las calles completamente desnudo. Debido a estos incidentes, fue detenido e internado en un hospital psiquiátrico.


En este fragmento de El perseguidor, Cortázar narra figuradamente aquella ajetreada sesión de grabación

«Al final Marcel convenció a Johnny de que lo mejor era probar, se pusieron a tocar los dos y nosotros los seguíamos de a poco, más bien para sacarnos el cansancio de no hacer nada. Hacía rato que me daba cuenta de que Johnny tenía una especie de contracción en el brazo derecho, y cuando empezó a tocar te aseguro que era terrible de ver. La cara gris, sabes, y de cuando en cuando como un escalofrío; yo no veía el momento de que se fuera al suelo. Y en una de esas, pega un grito, nos mira a todos uno a uno, muy despacio, y nos pregunta qué estamos esperando para empezar con Amorous. Ya sabes, ese tema de Alamo. Bueno, Delaunay le hace una seña al técnico, salimos todos lo mejor posible, y Johnny abre las piernas, se planta como en un bote que cabecea, y se larga a tocar de una manera que te juro no había oído jamás. Esto durante tres minutos, hasta que de golpe suelta un soplido capaz de arruinar la misma armonía celestial, y se va a un rincón dejándonos a todos en plena marcha, que acabáramos lo mejor que nos fuera posible».

El perseguidor, de Julio Cortázar.


Sin duda, esta es la parte de la versión literaria de aquella grabación. Esbozando lo que se podría denominar una biografía, aun prescindiendo de los nombres reales. Su mujer pasa a llamarse Lan, su recién fallecida hija Pree y la Baronesa Pannonica, auténtica mecenas del genio de Kansas, conocida aquí como la Marquesa Tica. Del mismo modo, se detallan las estancias de Parker —Carter en el relato— en los centros psiquiátricos de Camarillo y Bellevue, la escena del restaurante o el incendio del hotel. En general, retales de realidad de un collage que muestra el modo de vida totalmente diferente del músico, hasta llegar a su fallecimiento a los treinta y cinco años.

Un ser solo, siempre viviendo en la encrucijada de la controversia.
«Estoy tan solo como este gato, y mucho más solo porque lo sé y él no».

El perseguidor, de Julio Cortázar

A modo de Banda sonora:

Lover Man (Amorous)

https://open.spotify.com/intl-es/track/59yXnb4uEKjlQvq1xO0PMh

Max is Making Wax

https://open.spotify.com/intl-es/track/3lZc9RlSO5Uaee5ZEkxec0

April in Paris

https://open.spotify.com/intl-es/track/5rPMbUxXRXvWu89k0n6Sxj

Laura

https://open.spotify.com/intl-es/track/1zmVlbrvqZ6X7QeeKzKWrx

Leap frog

https://open.spotify.com/intl-es/track/1ovYOUekKBMF3ZctSqd0XK

Y sin duda muy interesante el film Bird, dirigido por Clint Eastwood

https://es.wikipedia.org/wiki/Bird_(pel%C3%ADcula)

Manuel Praena es escritor y director del Festival de Jazz de Aranjuez AranJazz.