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Melville, por Joseph O. Eaton

Herman Melville: vida y curiosidades de un escritor ballenero

Por Adolfo Gilaberte.

Entre 1853 y 1856 Herman Melville publicó una serie de relatos en la revista Putnam Magazine, entre los que se encuentra Bartleby, el escribiente. Sus pagadores le habían exigido que no abordara temas complejos u ofensivos. Melville se adapta a estas demandas, pero practicando el arte de la ironía y la alusión. Bartleby es un nuevo Ajab, pero ya no quiere vengarse de un Dios que ha traicionado sus promesas. Simplemente se deja morir. Es una venganza silenciosa, pero llena de ira.

Imagen propiedad de Alianza Editorial

Imagen propiedad de Alianza Editorial

Las aventuras en el mar de Melville no solo le proporcionaron inspiración para Moby Dick. Otra de sus obras, Taipi: Un edén caníbal, está basada en su convivencia con caníbales en las Islas Marquesas.

Otra de las curiosidades del autor, es que su tátara-tátara sobrino, Richard Melville, es una de las figuras más importante en la música inglesa y estadounidense. Richard es más conocido por Moby, su nombre artístico, en honor a su ancestro.

«Justamente así estaba sentado cuando lo llamé, explicándole rápidamente lo que quería que hiciera —es decir, revisar un pequeño documento conmigo. Imaginen mi sorpresa, mejor dicho, mi consternación, cuando sin moverse de su privado, Bartleby, con una voz singularmente suave y firme, contestó:

—Preferiría no hacerlo. Me quedé sentado por un rato en completo silencio, recuperando mis atónitas facultades. Inmediatamente se me ocurrió que mis oídos me habían engañado, o que Bartleby no había comprendido lo que yo quería decir. Repetí mi petición con el tono más claro del que yo era capaz. Pero con un tono igual de claro recibí la misma respuesta:

—Preferiría no hacerlo».

 

Nosotros, sin embargo, preferimos hacerlo, y hacerlo bien.

Por eso te invitamos a contactar con nosotros si deseas publicar tu obra: narrativa, poesía, pedagogía y divulgación, literatura infantil y juvenil, género negro y fantástico, etcétera.

Adolfo Gilaberte

Pinceladas sobre el género negro

Por Fernando J. L. Monterrubio

De esta pregunta sí que no se escapa nadie, ¿verdad? Otra cuestión es lo que este género, como cualquier otro, tanto en literatura como en cine y televisión, nos pueda provocar, que ahí no me inmiscuyo; cada cual tiene sus gustos y preferencias. Pero insisto en quién no conoce a Sherlock Holmes, al padre Brown, a Hércules Poirot, a miss Marple, a Philip Marlowe, a Jules Maigret, a Sam Spade, a Perry Mason, a Mike Hammer, a Plinio, a Pepe Carvalho, a Salvo Montalbano, a Petra Delicado, a Kurt Wallander, a Lisbeth Salander, a… Hay tantos y tantas que no sabría dónde detenerme.

El género negro, que no policiaco porque existen diferencias a mi modo de entender y al de muchas y muchos expertos, es tan común en nuestros días en cine, televisión y literatura como los son las redes sociales, las y los influencers, los videojuegos o la telerrealidad. Es un género que se ha extendido y consolidado con el tiempo, que viene de largo, y que parece tener la continuidad asegurada. Según los datos del top ventas de libros de la revista Esquire, de los primeros diez libros (ficción y no ficción) más vendidos en nuestro país en 2022, cuatro estaban encuadrados en este género. He elegido una fuente al azar, pero las demás reflejan los mismos números. Los datos son elocuentes: a las y los lectores de hoy le gustan este tipo de historias. Pero no sólo a los de hoy. El periodista chileno José María Navasal menciona, en su Antología de los mejores cuentos policiales, a una serie de personalidades que eran lectores/as fanáticos/as de este género. Por citar algunas de ellas: Franklin D. Roosevelt, Winston Churchill, Albert Einstein, Dolores Ibárruri Pasionaria, al igual que escritores y escritoras como Emilia Pardo Bazán, Aldous Huxley, William Faulkner, Guillaume Apollinaire, Ernest Hemingway, Sinclair Lewis, Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes o Gabriel García Márquez, y muchas y muchos más.

Es evidente que el género goza hoy en día de una salud envidiable, lo de la calidad es discutible ciertamente, y según la escritora Teresa Álvarez Olías, con la que comparto su opinión a grandes rasgos, el éxito de la novela policiaca, esta vez sí, policiaca, de hoy en día podría deberse a:

  1. El morbo evidente de los seres humanos por los crímenes.
  2. El desarrollo lento, preciso y detallado de una línea de pensamiento, el de la policía, a quien se le reconoce una gran inteligencia, bastante intuición y un método deductivo incansable.
  3. El desenlace inesperado, al final de la obra, que compensa la labor metódica de las y los inspectores.
  4. La labor de equipo de las y los policías, que se apoyan en el trabajo de campo de sus subordinadas/os, que hoy día debe su efectividad a la información que se tiene clasificada, a los avances científicos en ADN, a la composición de fotografías por ordenador y a las cámaras callejeras que están instaladas por todas partes.

    Teresa Álvarez Olías

  5. La simbiosis del lector/a con la o el protagonista, por su vulnerabilidad, sus fracasos concatenados antes de la victoria final, sus problemas con la jerarquía policial y con su propia familia por dedicar excesivo tiempo a su trabajo, por sus amores y desamores, sus problemas con la comida, la bebida y el sueño, como cualquier mortal agobiado por las preocupaciones laborales.

Rodolfo J. Walsh, el pionero del True Crime gracias a Operación Masacre, escribió sobre las y los lectores de este tipo de literatura:

«Hay dos clases de lectores de novelas policiales: lectores activos y lectores pasivos. Los primeros tratan de hallar la solución antes que la dé el autor; los segundos se conforman con seguir desinteresadamente el relato».

Portada de «Operación masacre», de Rodolfo J. Walsh

Es cierto que hubo y hay un tipo de lector/a universal bastante más inclinado/a a seguir el relato que a jugar al detective que procura anticiparse a la resolución. El relato detectivesco tradicional cae en la repetición mientras que el relato negro realista tiene posibilidades infinitas. Por lo general, el tipo de lector/a de ahora no toma la literatura como un crucigrama sino como una fuente de conocimientos, incluso de la realidad, y que a la vez que recoge enseñanzas y comparte o discute reflexiones, se entretiene. La literatura ha de ser también un entretenimiento, ya lo decía Cervantes.

Puede que esta sea una respuesta a por qué goza, y ha gozado, de tanta popularidad este tipo de novela o relato desde sus inicios. En España, por ejemplo, su consumo ya tuvo su esplendor, sobre todo en los años cuarenta y cincuenta gracias a las ediciones de Bruguera, las novelas de a duro, e incluso se alquilaban en quioscos de librerías populares. Alguno de los factores de su éxito —el que recoge los aspectos técnicos de las investigaciones policiales— de los que habla Álvarez Olías no ha existido hasta fechas contemporáneas —otra cosa es Sherlock Holmes y sus deducciones científicas o la cuestión de las impresiones digitales—, e incluso las historias que profundizan en los personajes y sus complejidades no se han plasmado hasta después de la Edad Dorada del género, es decir, los primeros cincuenta años del siglo XX; por tanto, este tipo de historias han fascinado desde siempre aun por su simplicidad, y a día de hoy se les pide una mayor profundidad en el tratamiento de las tramas y el conflicto de los personajes. A las y los lectores ya no sólo les vale que se investigue un crimen y se atrape al ejecutor/a. La novela policiaca tiene una exigencia para con sus seguidoras/es. Aparte de habernos entretenido, hecho evadirnos o divertir, como cualquier otra obra literaria, en este género se ocultan también motivaciones de tipo moral, social, político, etc., y ello le confiere «consistencia y dignidad», como afirma el gran analista del género Salvador Vázquez de Parga, y que fuera magistrado, historiador de la literatura, y teórico de la historieta y de la novela popular de España.

En relación a este asunto, una cuestión a tener en cuenta respecto al género es la valoración que se ha hecho de este a lo largo del tiempo, en muchas ocasiones no tratado como verdadera literatura por la crítica, autoras/es y las/os propias/os lectoras/es. Si bien ha habido siempre grandes defensoras y defensores también, no sólo Raymond Chandler, por la cuenta que le traía. Jorge Luis Borges decía que «ciertos críticos niegan al género la jerarquía que le corresponde», atribuyéndolo al hecho de que «le falta el prestigio del tedio […] un inconfesado juicio puritano: considerar que un acto puramente agradable no puede ser meritorio». Manuel Vázquez Montalbán ha sido uno de los grandes referentes del género y uno de los adalides de su calidad, y José Fernández Colmeiro observa que «se da por supuesto que no albergan la menor complejidad y ya no se intenta ir más allá de la superficie. Y tan inculto me parece aquel que, por carencia educativa, no puede profundizar en un texto como aquel que, pudiendo hacerlo, renuncia a ello». El teórico trotskista Ernest Mandel, en Sociología de la novela negra, llega incluso a la conclusión de que la única novela posible, ética y justificable es la novela policiaca porque está dedicada a demostrar las contradicciones de la sociedad. Reconoce la que hay entre política y crimen y desvela la sociedad de la doble verdad, del doble lenguaje, de la doble contabilidad y se convierte en casi la poética crítica del capitalismo.

No es mi tarea defender y argumentar por qué este género me parece tan de calidad como otros, ya que en su amplio abanico se hallan grandes obras, universales diría yo, pero también truños infumables. Aunque lo mismo ocurre en el resto de la literatura. Para gustos, colores.

Lo que es incuestionable es que el género negro, incluido el subgénero policiaco, está relacionado con el origen de la literatura. El crimen y la violencia siempre han estado presentes en esta. Si tomamos la Biblia, uno de los primeros pasajes nos muestra el asesinato de Abel por parte de su hermano Caín. Y si el tema principal en el género policiaco es el misterio, el origen de la literatura surge a partir de la necesidad de solucionar misterios. El ser humano ha creado historias desde el principio de los tiempos para tratar de explicar todo aquello que no entendía, lo inquietaba y le daba miedo y así quedarse tranquilo.

Raymond Chandler

Qué son, si no, las y los dioses, aparte de seres que cuando se enfadaban y querían castigar a los seres humanos lanzaban rayos, originaban tormentas e inundaciones o provocaban erupciones volcánicas y terremotos. La existencia de las deidades explicaba estos fenómenos y resultaba tranquilizadora para comprender la propia existencia humana.

Pero el misterio que siempre ha fascinado y sobrecogido al ser humano ha sido la muerte. Uno de los objetivos del ser humano ha sido explicarse la muerte para hallar sosiego. Así se puede decir que hemos alcanzado una meta significativa cuando en literatura, como dice Andreu Martín, «asociamos la tranquilizadora solución de misterios con la angustia de la vida y de la muerte». El Eros y el Thanatos, el bien y el mal, el sexo y la violencia, están contenidos aquí. Para Martín, este es el mensaje que se oculta detrás de toda novela policiaca (él emplea este calificativo). En ellas se busca la causa de esa muerte, qué hay más allá del cadáver, por qué murió y quién es el culpable.

Y como la muerte es el mal que queremos explicarnos, o evitar, se llegará de manera natural a preguntarnos por el bien. Por eso, el parlamento del género será «inevitablemente moral». Así, la novela negra tratará del «quebrantamiento de códigos, de la ruptura aberrante de la norma, del misterio que rodea el crimen, del submundo en que deambula el criminal, de los efectos del delito en el entorno social, del castigo y acaso de la impunidad», como afirma Román Álvarez Rodríguez.

Para cerrar esta entrada, quisiera destacar la democratización relativa que ha tenido el género desde sus inicios, y la cierta paridad que existe entre mujeres y hombres a la hora de producir novelas y relatos de este tipo. Incluso en sus comienzos, algunas autoras desarrollaron prolíficas carreras literarias en el mismo —Agatha Christie no es una excepción—, eso sí, muchas lo hicieron con pseudónimos masculinos, como por ejemplo Anthony Gilbert (seudónimo de Lucy Beatrice Malleson), algo que no sucedió en otros géneros, ni siquiera en otros ámbitos de tipo laboral y social, y que, por desgracia, se sigue produciendo. Pioneras estadounidenses del género fueron Anna Katherine Green y Mary Roberts Rinehart, que destacaron a finales del siglo XIX y comienzos del XX, respectivamente.

Anthony Gilbert

Como se puede apreciar, en todo momento he diferenciado entre género o novela negra y policiaca. El categorizar y subcategorizar esto resulta complicado, ya que no existe consenso respecto a nada, y toda opinión, basada en mayor o menor experiencia, será siempre subjetiva. Si hubiera un subgénero por cada tipo de historias habría tantos como novelas publicadas. Es imposible pretender aunar todos los tipos de novelas criminales que se publican anualmente bajo seis, ocho o doce términos. Más que nada porque cada novela es única en sí misma y tiene características que la podrían diferenciar de todas las demás.